20 dic 2016

Sobre la obra de Deborah Pruden - Para Actividad de Uso - 2016

 Sobre la obra de Deborah Pruden

No sé cuántas personas hay en el planeta.

Ni cuántas variantes de vida hay. Cuántos mecanismos de decisión.

¿Cómo decide cada individuo? Tampoco sé si ese cómo es descriptible de algún modo.

¿Sabrá alguien qué deseos estructurales son los que nos hacen virar de camino? ¿Por qué hago lo que hago y un día no lo hago más? ¿En base a qué información cambio?

Pero lo que sí sé es que para cada una de estas variantes de decisión existe una o más variantes complementarias que se acoplan a la perfección por cierto tiempo para modificarse entre ellas. Una persona puede transformar para siempre a otra en un encuentro tan corto como se imagine mientras exista esta complementariedad. Esta empatía. Esta voluntad. Si hubiera un cajón con mil llaves y mil candados mezclados y se agitara eternamente encontraríamos a todos destrabados en algún momento de la historia. Sólo por azar y perseverancia.

Pero esto también funciona en lo introspectivo, más allá de lo interpersonal. Puede uno crear a solas y que el resultado material sea intermediario transformador de personas. Y genere nuevas creaciones en un tercero en base a sus propias relaciones abstractas. En base a disparadores y semillas de percepción. Así se establece un intercambio no trazable y, aunque lejos está de ser unívoco, es inevitable.

Acepto que no entiendo todo lo que percibo del artista, pero establezco igual un nexo fuerte con lo que tengo frente a mí.

Parecería ser que el colapso de un estado mental del artista hacia la acción o hacia lo material es paso obligado. De lo introspectivo intangible hacia la existencia testificable. ¿Cómo interactuamos con el entorno? Modificándolo. Entonces estas nuevas existencias surgidas a partir de percepción del que crea, directa o indirectamente influyen en los límites de lo que un observador entiende por realidad. Y este observador ejecuta una labor de escribano de lo terrenal, de lo comprobable, de lo cuasi objetivable, y luego certificará para sus adentros si integra (o no) lo nuevo a su comprensión del propio universo. Y afortunadamente esos límites son sólo dependientes de la reinvención, de la reinterpretación. A veces se amplían sin demasiada resistencia.

Todo contenido generado a partir de otro contenido es construcción interhumana compleja. Y el modo de poner en evidencia esa complejidad es a través de aquellos testimonios de los escribanos terrenales. Si existe un observador existe transferencia (nada digo sobre el caso de inexistencia de un observador).

Y me reconozco ahora ensamblando una reinterpretación de lo que me es transferido, estableciendo ese nexo fuerte con las ideas, tiempos, deseos, lo distorsivo, lo agudo, lo generalista o lo estrictamente particular e inconjugable.


La amnesia

A priori, la obra de Déborah Pruden parece estar constituida por algún mecanismo de estos que facilitan el acople de otras percepciones, por lo que me permite adecuarme en el rol de escribano de lo terrenal. Fuerzo mi mirada, atento respecto a datos previos sobre lo pasado quizás inexistente y el título de una serie de pinturas. Empiezo viendo un apuro difuso y anecdótico. Un olvido. O la intención por no perder detalle de la memoria.

La amnesia no se conforma con un sólo individuo.
No conozco a Pruden.

Pero soy el certifica mi realidad y construyo a partir de lo que su materia me transfiere.
Así ya somos dos.


Descubro que la amnesia se pontifica con un otro sólo si éste asegura que fuiste partícipe de algo que no llegás a asegurar.

O fuiste testigo pero vos solo ya no das abasto para confirmarlo.
Y requerís de un otro para la comprobación final.
Alguien que te cuente.
Por favor, alguien que me cuente.

Y así te convencen de que te vieron. O de que vos estabas ahí. O de que viste tal o cual cosa. Y entonces queda poco más por hacer. Salvo porque estás en una bifurcación que define tu futuro y choca contra tu cara:

Intentás recordar.
O no lo intentás.
Confiás o no confiás.
Y siempre decidís lo mismo.
Reconstruís tu yo una y otra vez.
No lo podés evitar.

¿Soy de los que se esfuerza por hacer resurgir una percepción que quizás ya no me es propia? ¿O soy de los que abandona y descree porque en realidad nunca fue parte de mí?

El amnésico decide constantemente.

Pero también es posible simular amnesia. Tiene sus beneficios grandes. Pero se necesita intención para intentarlo y ser de esos que cuestionan certezas propias. Y entonces es fácil inventar historias que no viviste, autoconvencerte.

Imaginar otra vida.
Ser un otro.
No estar acá.
Haber estado allá aún sin haber estado.
Aprender más fácil.
Más rápido.
Oler olor nuevo.

Querer despertarte porque es un día que empieza. Otra oportunidad para otro paradigma. Dejando de lado un ayer.

De todos modos nunca se puede asegurar que las cosas hayan sido así o asá. No vale la pena aferrarse tanto a lo propio. Porque a mi modo todo lo es, sólo porque es como es a mi modo.

¿Y cómo podría yo separarme de mí mismo? Y abandonar mi ayer. ¿Cómo suelto lo que aferro? Con voluntad que me separe de mi propio núcleo. Con voluntad de moverse fuera del núcleo duro de los recuerdos y costumbres. El ejercicio constante de la duda. Buscar evidencias del yo prístino sin memoria.

Concluyo entonces que ejercitar la duda puede funcionar como simulacro de amnesia. Me transmuto personificándome en un amnésico con esperanza, de esos que cree que con voluntad puede reconstruir eso que olvidó (o que nunca existió).

Y con una tela delante de mí. Y hago líneas de un color que no sé cuál es, pero es casi este. Pero trastabillo. Me equivoco. No era así. Debería ser un poco más claro, entonces recargo con el blanco que encontré y la cosa se aclara, pero no sé. ¿Era así? Decime cómo era. Me contengo de repetir lo que acabo de hacer. Porque no estoy segura. A ver, intento. Me resbala el pincel. Pero qué voy a hacer, a veces es esto o nada. Me aporta a la imagen general. Algo hay ahí en este sector. Lo sé. O después sabré. Espero saberlo. Realmente. Me voy a regalar el tiempo para que decante. Mientras, cambio de dirección repentinamente y de esto sí estoy segura. Esta parte fue cierta.

Sí.

Qué bien, no abandones, que estás cerca de reconstruirlo.


Pero no. A ver. No.

Acá no veo nada. ¿O sí? ¿Qué es? No, no lo distingo. Lo haré después.

Pero no, no es que no lo distingo. Es que ahí realmente nunca hubo nada.

Hay nada al fondo.

Así que anulo el fondo.

Pero esto es así. No me alcanza para la completitud del recuerdo. Pero es lo que sé, y es mucho. Intentalo vos, ¿querés? Quizás tomás lo mío e interpretás algo mientras completo esto. Con otro color, que sé que estaba. Todo esto estaba. Y lo difuso era difuso, hasta ahí llegué. Y lo tuyo no va a coincidir con lo que recuerde otro. Pero es construcción. Es ejercer la percepción interpersonal. Dale. Esforzate y quizás vivís lo que veo. ¿Quizás no era así? ¿Decís que no era así? Resuelto. Ya no está. Confío en vos. Y también confío en mí confiando en vos. Y en mi capacidad de dudar. Que me hace así de libre. Y nombro a esta pintura de un modo que envuelva, que pese, que complete lo que no está en la capa más mojada de pintura. Ni en la de atrás.

Y cuando ya está planteada la situación voy de clavado al espacio que hay entre trazos y lo modifico según lo que me parece certero. Según me permita el pasado por el que quizás caminé y que nunca importó si fue real.

Los filos de las líneas que dibujé ahora tienen cuerpo. Las veo como constituyentes de una estructura que asumo que es dato y a su vez otra cosa.

Una metacosa. Una abstracción sensorial que escapa al plano.

Los filos serán quizás el colapso de cómo se expresa en realidad la confusión del que duda. O quizás son otra cosa que sigo sin visualizar en mí. Y está ahí delante. No puedo ir por otro camino que no sea el del esfuerzo. Puedo salir fácil, pero no es mi naturaleza. Tiendo a quedarme un rato más, esperando que se acomoden los fragmentos.

Todo se conecta.
Es un pasado con algo del ya mismo.
Porque está constituido de esto: lo indiscutible de un presente en conjunción con lo relativo de la duda.

¿El presente y el pasado desenvueltos a la vez?
¿Es la memoria en sí misma? ¿O su falta?
Y la corrección continua. La prueba y el error.
Pero mi memoria la ejerzo en el presente. ¿Existe la memoria del presente?

¿O acaso la memoria del ahora es una fracción de la memoria pasado? O la memoria del pasado es la degradación del ahora. A ver, el pasado es más erosionado, complejo, encriptado, inaccesible. Siempre es único e individual. Salvo que exista un otro que de fe de tu pasado. O estés ejercitando la duda.

O sufras de real amnesia.

Sobre la prueba y el error en el eje temporal

Supongamos que quiero diseñar el futuro de alguien que en su pasado tuvo éxito en lo que está siendo mi presente.

Entonces tengo que asegurarme de alimentar al presente con una seguidilla de hitos y acciones simples planificadas cuidadosamente. Con algo de suerte la combinación será la correcta y como resultado obtendré el pasado que tanto imagino para mí. Deseo pasado porque es parte inevitable del yo, salvo que se sufra de amnesia.

Pero si ese pasado que obtengo no es el que espero no es problema. Vuelvo a intentarlo. Hasta que esa entidad temporal dueña del ahora mismo mastique otra combinación distinta y mejor planificada de partes constitutivas de futuro y arrojen un nuevo pasado resultante para mí. Y quizás finalmente sea el que deseo. Si nuevamente no fuera el que imagino no es problema. Porque nunca se vuelve al principio. No hay que probar siempre con los mismos fragmentos. Esa es la primera regla. No repetir.

El presente es como un animal masivo que metaboliza acciones e influencias. Pero nos es imposible describirlo. Con mucho trabajo podemos ver a contraluz cómo opera. Pero se comporta diferente para cada persona, porque cada persona lo alimenta con otro alimento. Dale de comer el futuro que le gusta, y él va a metabolizarte algo bueno para vos. Algo que puede asomarse al recuerdo que querés. Pero nunca se lo llega a ver por completo porque trabaja en una dimensión que no manejamos. ¿Por qué usamos relojes? Porque el tiempo es relativo a cada individuo, pasa diferente para cada uno. Esa es la prueba: somos débiles en la dimensión temporal, no la comprendemos. No aceptamos un tiempo constituido por un instante de cero tiempo. Tampoco comprendemos un instante eterno. Pero este animal al que llamamos presente sólo se maneja en esta dimensión. Es sabio ahí dónde nosotros no. Y no tiene cuerpo, pero tiene habilidades que le permiten procesar, ordenar y combinar de un modo particularmente veloz todo tipo de acciones en general desordenadas, caóticas. Es tan complejo que lo creemos imprevisible. Parece siempre aglutinar las piezas de futuro con un fluido pegajoso al que llamamos azar. Pero si descubrís cómo funciona para vos, si descubrís qué hace con tus acciones, quizás podés acariciar al animal ansioso en el instante cero.

Pero luego quedan los restos de este proceso. Lo metabolizado y los restos. Y es en este plano temporal posterior en el que aparece una entidad distinta, una entidad longeva, que abarca el pasado hasta el inicio de los tiempos. A la que invocamos, a la que exigimos que recuerde todo (y a veces incluso esperamos que se comporte como presente). Pero finalmente hace lo único que sabe hacer: comer de las sobras. Acepta cualquier cosa porque va desorientado, constantemente distraído por estímulos intensos del invocante. Y a lo que expele el presente lo empasta de manera diferenciada según la intensidad de los sentidos del que quiere recuerdos. Nadie sabe cómo funciona esto. Pero por ejemplo se dice que un aroma fuerte asociado a una acción persiste disponible en la memoria incluso después de la muerte de las personas.

¿Acaso todos los recuerdos estarán siempre vinculados a sentidos y emociones?

¿Existe alguno que no se apegue a lo descriptible por algún lenguaje ya desarrollado por la humanidad? ¿A qué hace referencia un recuerdo que no admite palabras, colores, notas musicales, acciones, emociones o movimientos?

Es sabido que los científicos y tecnólogos dedican gran parte del tiempo al instante cero. Se basan en descripciones que permiten repetir experimentos. Saben que bajo ciertas condiciones el animal se tranquiliza y responde siempre igual. Se lo alimenta con un tipo de futuro y él ordena en un instante nulo devolviendo el resultado perfectamente previsible. Lo espían con sus fórmulas que suelen funcionar. Pero cuando agregan fragmentos iniciales distintos es posible que arroje algo desalentador. Desconocido. Que se enoje. No muerde. Solamente pierde el interés. Y hay que ganar su confianza nuevamente. Hacer movimientos sutiles. Y la rueda vuelve a girar y el científico estudia qué variable fue la que cambió respecto al caso anterior. Para acariciarlo, para darle el gusto. Para trabajar en comunión. La bestia se relaja, deglute algo conocido en base a fórmulas matemáticas unívocas que lo describen a él. Entonces la bestia se mira al espejo. Y el científico alivia su pulsión de muerte, vislumbra eso más grande que el ser humano. Mira por un instante la magnificencia de el andamiaje temporal, ese que nos quita la vida una vez por vida. Esto implica un sentido de observación agudo y una perseverancia aniñada. La prueba y el error del mortal.

Decidí no conocer a Déborah Pruden en persona para escribir. Ahora no sabría cómo revelarle mirándola a los ojos que la descubrí. Sé perfectamente que ella sabe algo que yo no sobre el animal de instante cero y de la entidad longeva (aunque quizás ella lo explique con otras palabras). Y también sé que estos le admiten de vez en cuando evocar lo que quizás ni siquiera ella conserva pero que intenta constantemente demarcar manipulando la prueba y el error en el eje temporal.